“Deja de pensar en la vida y resuélvete a vivirla”. Esta frase célebre de Paulo Coelho resume claramente la optimización de nuestras vidas mediante la constante experiencia, antes que pecar del exceso de pensamientos circulares y negativos. “¿Y si…?”, “¿Qué pensarán?”, “¿Lo debo hacer?”, son algunas de las dudas que nos vienen a la mente día a día y que, sin darnos cuenta, nos restringen la capacidad de vivir. A fin de cuentas, Coelho reitera el famoso latinismo del carpe diem: vive el momento, el presente, al máximo porque mañana no sabes qué será de ti. Ésta noción de vivir plena y conscientemente y aprender durante nuestro camino es el sí de la Psicología Positiva.

La disciplina terapéutica de la Psicología Positiva analiza los fundamentos del bienestar y equilibro mental partiendo del refuerzo de las fortalezas y virtudes del individuo. Esta terapia “te hace crecer y no ser dependiente, así como te aporta herramientas para ver la vida de forma constructiva y no destructiva”, apunta la terapeuta y coach Raquel Caballero, emprendedora de su consulta Emotional Tuner.

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Raquel Caballero, terapeuta y coach especializada en Psicología Positiva e Inteligencia Emocional, participa en el programa de formación Yuzz para emprendedores // FUENTE: Raquel Caballero y Yuzz

Así pues, y en contraposición de la terapia cognitivo-conductual, esta rama de la psicología no se centra en el problema que lleva el paciente a la terapia y busca conducirle hacia la solución directa de su problema sino que apuesta por un procedimiento opuesto. La Psicología Positiva se centrar en las fortalezas de ese mismo individuo y le ayuda a potenciarlas para que, una vez que el paciente se sienta fuerte, poder entonces echar una mirada a las flaquezas que cabe resolver.

Además, pero, el psicólogo, en este caso, no “guiará” al individuo hacia la respuesta evidente, sino que le ofrecerá y enseñará las distintas herramientas que el profesional domina, dejando al paciente libre a decidir qué herramientas le convienen o no aplicar en cada circunstancia de la vida para tirar hacia delante. Raquel Cabellero matiza que “de este modo el individuo crece y deja de ser dependiente, ya que en el caso de conducirle hacia una solución directa siempre terminará anclado en la dependencia, ya sea con un psicólogo, con la pareja o con una amistas”.

En ningún caso cabe caer en la estigmatización de qué terapia es “buena” y qué otra es “mala”, sino que la elección y aplicación de la terapia cognitivo-conductual o la Psicología Positiva dependerá del momento personal en que se encuentre el paciente. A fin de cuentas, cada individuo es diferente, es un mundo distinto y se debe pensar en lo que más le conviene. Por ello, Caballero también apunta que la complementación de ambas disciplinas resulta muy positivo para el profesional ya que se debe estar abierto y no cerrar puertas a ningún tipo de tratamiento, aunque no se olvida de especificar que ella le atrae la Psicología Positiva “porque ayuda al individuo a decidir sus propias herramientas y no aquellas que se le imponen”. Y es que Raquel lo tiene claro: “me gusta hacer libres a las personas”.

La aplicación de la Psicología Positiva no es más dificultosa que cualquier otra terapia. Raquel explica que durante la sesión terapéutica trata de buscar los puntos fuertes de la persona y hace lo posible para que ésta sea capaz de verlos, de darse cuenta. Una vez se haya trabajado para reforzar dichas fortalezas, la persona ya será capaz de trabajar todos sus puntos débiles. Como cuestiona Raquel Caballero, “si partes de tus flaquezas (como la terapia cognitivo-conductual), de dónde sacas las fuerzas para vencerlas?”. El famoso discurso interno del “yo no puedo” es lo que alimenta las flaquezas y ante ellas se debe tomar energías para afrontarlas. Una vez empoderados, los individuos debemos aceptar y reformar nuestras flaquezas, que no significa que éstas vayan a desaparecer, sino que mediante las herramientas que nos habrá enseñado el terapeuta podremos decidir cómo las aplicamos en nuestra vida para saber sobrellevar y lidiar con ellas.

Conociendo las propias emociones

Un factor complementario, aunque determinante, en el desarrollo personal mediante la Psicología Positiva es el crecimiento en nuestra Inteligencia Emocional, es decir, la plena consciencia acerca lo que sentimos y el por qué de las emociones que experimentamos. “Es la satisfacción como persona de sentirse uno mismo equilibrado”, describe Raquel Caballero. También explica que la Inteligencia Emocional consta de dos partes: el conocimiento intrapersonal y el interpersonal. En primera instancia, es indispensable que el individuo se conozca a sí mismo, un aprendizaje que no termina nunca y es constante durante toda la vida. “Incluso cuando nos hallamos frente a la muerte estamos aprendiendo el significado y la experiencia de la muerte”. En una segunda instancia, el individuo crece en relación a su alrededor, desarrollando distintos valores que no desarrollaría si no existiera relación social, como por ejemplo, la empatía.

La inteligencia emocional no es una disciplina terapéutica en sí misma, sino que es un aprendizaje presente en todas las disciplinas, aunque sí se aproxima más a la Psicología Positiva en tanto que contiene también la esencia del querer ofrecer distintas alternativas, y no conducir hacia una de directa. La terapeuta Raquel Caballero explica que es determinante para que el individuo tome la decisión de acudir a una terapia, ya que demuestra que está siendo consciente y coherente con lo que está sintiendo, su sufrimiento.

La educación en inteligencia emocional se debe aplicar desde la más inmediata infancia. Esto ayudará al niño a saber identificar también cuándo necesita ayuda terapéutica y facilitará que el menor sea más proclive a acudir a la consulta psicológica. Además, el desarrollo del niño dependerá de la medida en que conozca sus emociones. En este sentido, el propio conocimiento y desarrollo personas que puedan tener los padres en relación a su propia inteligencia emocional influenciará directamente la receptividad de los hijos.

“El simple hecho de preguntar a un niño pequeño “qué sientes” o “cómo te encuentras” ya implica que el pequeño haga un ejercicio de autoexploración para entener qué está sintiendo”, explica Raquel Caballero. Se trata de aplicar un sistema educativa que complemente la formación curricular del sistema con la educación del propio crecimiento personal, un hecho que cada vez de manifiesta más en las aulas. En este contexto, el niño se siente completamente libre en el aula de expresar lo que siente para que tanto la profesora como los compañeros, en su conjunto, puedan ofrecerle distintas alternativas para lidiar con ese sentimiento. Así, como en la Psicología Positiva, el docente está aportando herramientas para que el propio infante decida cómo actuar frente a su sensación, en vez de incidir directamente sobre qué debe o qué no debe hacer.

Esta educación personal cada vez se ve más relevante y, pese a no estar especificado en los currículums educativos, cada vez hay más profesores y maestros que imparten e instruyen a sus alumnos en Inteligencia Emocional, “algo que tiene un gran valor, ya que he conocido muchos docentes del país que aplican métodos que son para quitarse el sombrero”, especifica Caballero. De forma altruista, pues, el valor del conocimiento personal está cada vez más extendido y va arraigando a las aulas. El hecho de que un niño, desde bien pequeño, sepa identificar y gestionar sus emociones ayudará a que se produzca un desarrollo y crecimiento personal pleno y satisfactorio.