Psicólogos de Emergencia
Psicólogos de Emergencia de Madrid / Fuente: Ayuntamiento de Madrid

En el transcurso de nuestra vida podemos vivir situaciones personales que nos desestabilizan y que desmontan toda nuestra integridad emocional. ¿Qué ocurre cuando estas situaciones más que personales son sociales, experiencia de un colectivo? ¿Qué ocurre cuando vivimos circunstancias límite que afectan al cómputo de la sociedad? Y entrando ya en materia, y adecuándonos a la más inminente actualidad, ¿cómo se vive, se padece y se siente la experiencia de una catástrofe?

Los accidentes y las catástrofes nos acompañan inevitablemente. Multitud de episodios trágicos escriben la historia de la humanidad. El último de ellos, se ha convertido en uno de los más trágicos. El tren Alvia que cubría la línea Madrid-Ferrol y que descarriló el miércoles a las 20.41h se cobró 80 vidas. Las investigaciones hace horas que se han desplegado, poco a poco se va arrojando luz sobre el incidente y a cada minuto que pasa los medios se hacen eco de conjeturas e hipótesis. ¿Y las personas? ¿Qué es de ellas? Más allá de las 80 personas que llenan titulares, ahora cabe hacer una especial atención a otros dos grandes nichos de población: las más de 140 víctimas supervivientes y el gran grupo que constituyen tanto los familiares de las víctimas mortales como los familiares de aquellos que han salvado sus vidas.

Desde pocos minutos después del incidente, equipos del Grupo de Intervención Psicológica de Catástrofes y Emergencias, el GIPCE, se han desplegado tanto al lugar de los hechos como a los hospitales donde se han evacuado a los supervivientes y familiares. Un total de 44 expertos del Grupo ofrecen su servicio en turnos de 15 y se mantendrá activo hasta que se cumplan los sepelios. ¿Cuál es su función específica? Dentro de las ramas de la psicología cabe hacer una especial mención – y más en estas circunstancias – al papel de la psicología de emergencias, centrada en estudiar los distintos cambios personales e individuales que se desarrollan en una catástrofe tanto natural como intencionada. Los psicólogos en cuestión tratarán casos que proceden de catástrofes muy diversas entre si – desde un terremoto natural hasta un atentado – pero todas ellas con un denominador común: el sufrimiento inesperado.

Del miedo al desarrollo de síndromes

Independientemente del incidente vivido, el ser humano presenta siempre un patrón común de aspectos psicológicos tanto durante como después del incidente. Esta afirmación la concluye Elena Puertas, psicóloga e investigadora psicosocial de la Dirección General de Protección Civil del Ministerio de Interior.

Teniendo en cuenta las líneas de su investigación, los aspectos psicológicos comunes durante la experiencia de un desastre giran entorno a los sentimientos de inquietud y desamparo unidos al miedo a perder la propia vida y la de los seres queridos. Además, en este momento predomina en el individuo el estado emocional frente al estado racional aunque “es frecuente que se desencadene una búsqueda racional de causalidad como mecanismo de control”, añade Puertas. En última instancia, la empatía y la solidaridad también son frecuentes.

Tras la sucesión del incidente, la primera reacción más común es la tensión contenido por conocer el qué y el cómo de lo sucedido, junto a la gran necesidad de encontrar y recuperar la unidad familiar. Posteriormente, durante los momentos después del desastre, el cuadro común que presentará el individuo a nivel psicológico responde principalmente a actitudes de excesivo control y desmesurada precaución ante el exterior. En este sentido, los individuos desarrollan una ansiedad anticipatoria que hace referencia a la percepción de amenaza constante frente a estímulos externos, así como el pánico a que se vuelva a producir la tragedia. Más adelante, durante días e incluso semanas posteriores, es común que las víctimas presenten alteraciones del sueño y de la conducta alimentaria, vinculada también a una necesidad urgente e imperosa de contar una y otra vez la experiencia que se ha vivido.

Por último, una de las actitudes más comunes e inevitables es la atribución de culpa. Tras una vivencia de esta índole, todo individuo necesita atribuir las consecuencias a alguien o algo, desde la naturaleza hasta autoridades o instituciones, pero nunca a uno mismo. Esto deduce de una necesidad por sentir que todo encaja, que todo tiene un sentido, que todo está claro. Cuando aparece el culpable ya podemos sentirnos tranquilos y es esa búsqueda de la tranquilidad lo que nos motiva a encontrar un culpable a quien atribuir todo lo sucedido. Además, atribuir la culpa a alguien es también un mecanismo para “deshacernos” de posibles culpas que inconscientemente nos lanzamos: si hay un culpable externo, me quedo con la tranquilidad de que yo no he tenido nada que ver. Este sentimiento es el que necesita más apoyo y más implicación del individuo si quiere tirar adelante ya que la auténtica tranquilidad solo se conseguirá cuando la persona deje de tener remordimientos, deje de necesitar atribuir culpas y se sienta en paz consigo mismo.

En el caso de que no se reciba un apoyo psicológico temprano, estos síntomas no tratados pueden desencadenar en síndromes más complejos y de tratamiento más lento. Los más destacados en estos casos son cuadros del tipo del síndrome de estrés postraumático, el síndrome de la aflicción por catástrofe o el síndrome del superviviente. Para evitar su advenimiento, lo más recomendable es que el equipo de psicólogos de emergencia actué en consecuencia y que tanto las víctimas como los familiares estén dispuestos a recibir el apoyo. ¿Qué debe hacer el psicólogo entonces?

La intervención del psicólogo de emergencias

Este profesional no realizará terapia en el propio lugar del incidente, no. Su papel es acompañar y asistir a las víctimas y familiares a sobrellevar, en una primera instancia, la tensión inicial, para posteriormente guiarles a la recuperación total del trauma que puede conllevar la experiencia. En suma, este psicólogo es el guía, el instructor, para desarrollar las habilidades de resiliencia, la capacidad personal para sobreponerse ante advenimientos de la que hablamos en un anterior artículo. Según apunta la American Psychological Association, el servicio del psicólogo de catástrofes ayudará a que las personas “puedan pasar de sentirse como víctimas desesperanzadas a supervivientes con una visión realista con relación a sus perspectivas”, y poder así vivir con normalidad.

En este sentido, pues, el psicólogo debe apoyar a los individuos y guiarles en el camino de superación y recuperación de aquello que se ha vivido, un camino que el psicólogo puede allanar llevando a cabo un decálogo de funciones que determinó la Cruz Roja estadounidense en sus Fundamentos del Manual sobre Salud Mental ante Catástrofes, texto redactado con la supervisión de la doctora Rosemary Schwartzbard, experta en materia de salud mental frente a catástrofes. A saber:

  1. Escuchar las preocupaciones de las personas con respecto a diversos problemas tales como su hogar, sus familiares perdidos y sus mascotas.
  2. Ayudar a las personas a manejar sus condiciones de vida temporales y a aclimatarse a los refugios que posiblemente estén ubicados lejos de su estado natal y en distintos ambientes.
  3. Proporcionar información sobre los recursos disponibles para satisfacer necesidades actuales (vestimenta, atención médica, etc.); ayudar a facilitar esos contactos.
  4. Abogar por las necesidades de determinados individuos o familias a medida que se manejan en los sistemas que se han creado para brindarles ayuda.
  5. Ayudar a las personas a desarrollar habilidades de resiliencia entablando vínculos con familiares y amigos que también han sobrevivido o que no se han visto afectados por la catástrofe; aceptando que ese cambio implicará una experiencia continua; manteniendo una actitud esperanzada y ayudando a las personas a desarrollar sus propios planes de recuperación personal.
  6. Escuchar las preocupaciones de los padres sobre cómo sus hijos se recuperarán de la catástrofe y si podrán tratar con los desafíos que tendrán que afrontar (por ejemplo, nuevas escuelas, etc.)
  7. Contribuir con la resolución de conflictos y problemas entre los residentes de los refugios, entre los familiares y entre los voluntarios y el personal.
  8. Ayudar a las personas a manejar otras tragedias que puedan estar sucediendo simultáneamente a las secuelas de la catástrofe (como por ejemplo la muerte o la enfermedad de un familiar no afectado por la catástrofe).
  9. Enseñarles a las personas que es normal que los sobrevivientes de catástrofes presenten una serie de reacciones comunes. Algunas de estas son: miedo, recuerdos, pesadillas, emociones de irritación y/o retraimiento y confusión.
  10. Asegurarles a las personas que es posible recuperarse de una catástrofe y llevar adelante una vida plena y gratificante.

¿Buscas ayuda? Consulta gratis con un psicólogo online

solicitar informacion rojo